Me llamo Miura
No hay que pensar demasiado para entender que me gustan los bravos y las vacas. Me llaman Miura porque soy negro y alocado como un toro de sangre caliente. Pero todo es bravata de poca monta porque a la hora de la verdad, de mí hacen pan y seta.
​
Llegué al cercado de pequeño. Apenas me habían separado de mi madre y estaba enfadado con el mundo. No quería halagos ni necesitaba a nadie. Cada vez que alguien se me acercaba, le embestía como un toro.
​
Pero a pesar de mi carácter bravo, todo el mundo me cogía en broma, y me decían: “Mira este pequeño, embiste como un miura!” y me toreaban como una vaqueta.
​
Desde entonces hasta ahora he madurado, he aprendido a medir mis fuerzas y también que no hay que ir directo al trapo rojo cuando te provocan. De hecho, con determinada gente la mejor respuesta es la indiferencia.
​
Con todo, el nombre de Miura me ha traído consecuencias imprevisibles, convirtiendo mi vida en una tragicomedia, que quiere decir, en mi opinión, tragedia o comedia según el estado de ánimo en que afrontes la realidad que te ha tocado vivir.
​
Mi historia
Pero volviendo a las consecuencias de mi nombre Miura, mi vida cambió con la llegada de una vaca al cercado de al lado.
​
Era un ejemplar de raza frisona, aparentemente sin ninguna particularidad, salvo que venía sola,
sin ninguna manada o compañía.
​
De hecho, si hilamos fino, una vaca solitaria ya es una singularidad, porque las vacas, al igual que los caballos y los ponis, son animales gregarios, que quiere decir que tienen la necesidad de ir en grupo o manada.
​
Aquella vaca enseguida me intrigó. La observé durante días, y también la sufrí, porque se lamentaba continuamente con unos “muuuuuuu” que ensordecían, poniendo a prueba la paciencia de quienes estábamos cerca.
​
No era difícil adivinar que la vaca estaba triste porque se encontraba lejos de su entorno, y de aquí sus lamentaciones.
​
El muchachito que cuidaba de los animales del cercado estaba harto de sentirla mugir, y en un pronto fruto de su desesperación, me puso un ronzal y a continuación me arrastró hasta el cercado de la vaca, diciéndole: “Aquí tienes un Miura que te hará compañía, ¡a ver si callas!”.
​
¿Qué hacía yo con una vaca desesperada de la vida, o peor todavía, con una vaca loca, que dicen que propagan enfermedades difíciles de curar? ¡Quizás la tenían aislada justamente porque estaba enferma!
​
Y ahora, ¿qué?
​
Establecí la estrategia de "cuanto más lejos mejor" e iba guardando siempre las distancias con la vaca. Si se acercaba, con un galope corto me alejaba a la otra banda del cercado, y listos.
​
Pero a pesar de mi poca amabilidad, la vaca se sintió reconfortada con mi presencia y dejó de mugir. Se agradecía aquel silencio, habíamos solucionado el agobio de aquellos gritos. Pero entonces llegaron los dolores de cabeza de verdad.
​
La vaca empezó a mirarme fijamente, y cuando retenía mi atención, con ojos de enamorada reseguía mi cuerpo de arriba abajo, moviendo los párpados a ritmo de seducción.
​
¡Madre mía, una vaca enamorada de un poni, desafiando la teoría de la evolución de Darwin!
​
Yo ya había conocido el efecto del enamoramiento con una poni del cercado vecino. Era guapísima, de color tostado como las avellanas, con una crin rubia que enmarcaba unos ojos encantadores. Sus caderas se movían al ritmo de mis latidos... Oh, Fanny, Fanny, todavía me acuerdo de ti... Es por eso que podía reconocer perfectamente los síntomas de aquella calentura.
​
Pero volviendo a la vaca, decidí afrontar el problema de cara, ¡sin miedo! Le explicaría que nuestro amor era un imposible, una locura, un drama shakespeariano con un final previsiblemente trágico.
​
Con este pensamiento en la cabeza, le dije: "Mira Julieta, el amor es ciego, y probablemente por eso te has enamorado de mí, pero es mejor que hablemos claro..."
​
No me dejó acabar la frase, y con un tono de voz meloso, me contestó: "Mais non! Ni me llamo Julieta ni estoy enamorada de ti. Me conocen como la vache qui rit, famosa en todo el mundo. Y si has confundido el glamour de mis miradas con otra cosa, ¡te puedo asegurar que de pretendientes no me faltan!"
​
¡Vaca tenía que ser!
Y ya que era famosa, podría haber sido "la vaca ciega" del poeta Maragall y no aquella fru-fru francesa.
​
Poco a poco me acostumbré a su presencia, un poco estirada al principio, se hacía la star system. A pesar de todo, era de buena pasta y sensible cuando la conocías mejor.
​
Pero enseguida intuí que la vache qui rit podría estar poco más tiempo en el cercado.
​
Los cuidadores del establo comentaban que la vaca ya era demasiada vieja y lo habían sustituido por una de más joven y fotogénica para hacer el anuncio del famoso quesito. Ya no la podían ordeñar porque no tenía leche; ¿Quién quería una vaca que no servía para nada productivo?
​
¡Hablaban de ir al matadero! Entonces entendí que la vache qui rit tenía los días contados.
​
No era justo. Quizás sí que ya era grande, llamativa, pretenciosa y poco útil, pero esto no justificaba su muerte. Tenía que salvarla a pesar de nuestras diferencias.
​
Qué saben los humanos de los sentimientos. Ellos, que creen que tienen el monopolio de la solidaridad, el afecto, la compasión, y ahora se deshacían de la vaca como si fuera el envoltorio usado del quesito...
​
El primer día que vinieron a buscarla los embestí como un Miura, y continué haciéndolo con todo el mundo que se acercaba a la vache qui rit, desafiando la tenacidad humana, día tras día, hasta el punto que mi terquedad hacia la protección de mi amiga dio sus frutos.
​
Una mañana, escuché a los chicos y chicas de la granja decir: “Dejemos la vaca con Miura, se hacen compañía y parece que se han enamorado, qué más da”.
​
No merecía la pena hacerles entender que los animales somos capaces de mantener comportamientos de cooperación, ayuda, altruismo y reciprocidad como los de la moral humana, y que su cerebro de emociones no es más que una herencia animal. No sé si saben que vienen del mono...
​
Yo no me había enamorado de la vache qui rit, pero sí que entendía su soledad, su vejez, su indefensión.
​
Podía mirar hacia otro lado cuando se la llevaran, en realidad no era mi problema. Pero si no nos plantamos nunca, si no nos ayudamos, cuando nos toque a nosotros y nos vengan a buscar, no quedará nadie para defendernos. Por todo ello, yo había decidido solidarizarme con ella. Así de sencillo.
​
Desde entonces, vivimos en perfecta convivencia. Ella, coqueta todavía, hace ver que no se da cuenta cuando yo le reservo la alfalfa más tierna para que no le cueste tanto de masticar. Pero cuando acaba de comer, siempre me dice en voz baja: “Merci, mon ami”.
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
​
Glosario
-
Hacer pan y setas: frase hecha que quiere decir “hacer lo que quieras”.
​
-
Miura: toro famoso por ser salvaje y tener mucha fuerza con sus coces.
​
-
Hilar fino: hacer o explicar una cosa muy cuidadosamente.
​
-
Vacas locas: enfermedad mortal que cogieron muchas vacas de todo el mundo a partir del año 1985.
​
-
Teoría de la evolución de Darwin: esta teoría sostiene que los diferentes tipos de plantas, animales y otros seres vivos son así hoy en día gracias a la selección natural.
​
-
Drama shakespeariano: estilo propio de William Shakespeare para escribir obras literarias trágicas, como “Romeo y Julieta”, donde el amor y la muerte están siempre presentes.
​
-
La vaca ciega: poema de Joan Maragall, en el que explica los movimientos de una vaca que quedó ciega por culpa de un golpe que le hizo un muchacho.
​
-
La vach qui rit: “la vaca que ríe”, es una marca francesa de queso de untar envuelto en una caja circular con el dibujo de una vaca riendo.
​​
-
Star system: nombre que se utilizaba en Hollywood para referirse a sus actores y actrices más importantes, los cuales eran ídolos para mucha gente. Por ejemplo: Marilyn Monroe era una Star System.
​
-
Merci, mon ami: en francés, significa “gracias, amigo mío”.