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Me llamo Coco

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Podrían llamarme Blanquito, Nevado o Sugar, por aquello de que soy blanco como la nieve o el azúcar. Pero me llamo Coco porque entre otras cosas, la personalidad de uno empieza con su nombre. Y yo tengo pocas cosas en común con la nieve y menos con el azúcar.

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También os podría explicar que oficialmente me llamo Beefeater III, pues soy hijo de Beefeater II, sucesor de una estirpe importante de ponis raza Shetland.

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Mi altura no supera el metro y medio, tengo la cabeza grande y las patas poco elegantes, pero mi crin está llena de cabellos gruesos, que me calientan el cuello los días de frío. Mis ojos son redondos y con un punto de tristeza, que dicen, enamora a quién me mira...

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No me gustan todos los niños, sino solo aquellos que me observan de lejos y se acercan con cuidado, poquito a poquito. No quiero caricias torpes, ni empujones ni collejas, sino masajes suaves en mi flequillo.

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Si quieres tocarme el lomo o las ancas, si no lo haces flojito me enfado y echo coces. Por eso dicen que soy un poni travieso, y de ahí se me ha quedado el nombre de Coco.

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Mi historia

Ahora que ya sabes el porqué de mi nombre y como quiero que me traten, me gustaría explicarte más cosas sobre mí.

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Seguramente piensas que hay pocos temas interesantes desde mi visión: “¿Qué puede explicar un humilde poni?” dirás.

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Tienes razón en buena parte, pues la mayoría de cosas que hago, son obvias, y posiblemente no haría falta tanta letra para explicarlo, pero a menudo la obviedad es lo más difícil de enseñar, y te explicaré el porqué.

 

Me gustan las siestas, el sol del invierno, las sombras del verano, el agua limpia y fresca cuando hace calor... y tantas otras cosas en las que seguramente coincidamos. Pero la diferencia entre tú y yo, es que yo tengo tiempo para disfrutar y tú no.

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¿Serías sincero si te preguntara cuánto hace de aquella tarde que te dejaste llevar por el ritmo de la hora baja y te quedaste quieto, solo observando?

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Si hace más de 24 horas, yo ya te gano en felicidad.

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Es obvio, pero quizás hace tiempo que no lo pensabas... Seguimos.

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No continuaré pero, con esta filosofía fácil de "la vida es bella" o de carpe diem.

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Juguemos fuerte y hablemos de las cosas realmente importantes de nuestra existencia. Intentaré ponerme a tu lugar, y dejaré de banda mi cotidianidad, donde a menudo la máxima preocupación es intentar comer pienso fresco, hecho de grana sin desmenuzar y de cereales variados, y no aquel pienso comprimido en churritos, más pensado para conejos, y que menudea tanto a las fábricas de engorde.

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Hablemos de cosas trascendentales. Hemos hablado un poco de la buena vida, y ahora podríamos hablar de la amistad… si quieres.

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Para hacerlo, me gustaría referirme a un pequeño humano, un niño. No sé si has leído entre líneas que no tengo demasiado buen concepto de los humanos. Hablan mucho y observan poco, y esto hace que tengan “poca alforja por tan largo viaje”, que quiere decir, para que me entiendas, que el recorrido de sus vidas puede ser largo pero sin contenido.

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Pero aquel niño era al revés. No hablaba nada y observaba mucho, como yo.

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Hacía días que venía por el cercado de los ponis con su madre. La primera vez me miró detrás de sus faldas, sin acercarse. La segunda vez llegó hasta la valla. La segunda, reculó atrás volviendo a poner distancia entre él y yo. El cuarto día se acercó algo más. Me tenía intrigado porque solo me miraba a mí.

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Al cabo de una semana pude ver sus manecitas a través de la valla. Me acerqué un poco fachenda. Me sabía superior a él porque notaba su miedo. Como me esperaba, reculó rápidamente, pero al hacerlo le cayeron dos zanahorias del bolsillo.

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No hablaba pero sus ojos me decían que eran para mí. Me sorprendió, el chico: no le había oído la voz todavía y ya me había hecho un regalo.

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Durante las siguientes semanas continuó viniendo, ahora más atrevido me dejaba las zanahorias a ras de la valla y se marchaba deprisa. Yo le quería explicar que no tenía que huir de esa forma. Ya sabía que tenía mala fama por mis patadas, que por eso me llamaba Coco, pero no era para tanto.

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Decidí que haría todos los gestos posibles para atraerlo. Al día siguiente, cuando apareció por el cercado, empecé a hacer cabriolas, para demostrarle que estaba contento de verlo.

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Funcionó porque además de las dos zanahorias, me obsequió con una sonrisa!

 

No hablábamos el mismo idioma, pero nos habíamos entendido.

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Desde aquel día, yo siempre lo esperaba y contaba los minutos que faltaban para nuestra cita. Habíamos mejorado mucho nuestra relación. Ahora se atrevía a tocarme el flequillo, de manera suave, casi huidiza, pero no me había dicho ninguna palabra, solo una media sonrisa cuando llegaba.

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No echaba de menos la palabra entre él y yo, pero me extrañaba que un humano, siempre tan sobrados de conversaciones, estuviera callado.

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Hicieron falta meses para enterarme de que mi amigo era autista y no quería hablar. Lo supe escuchando una conversación cerca de la valla. Ahora entendía su mirada penetrante y su gesto austero.

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No me dejé impresionar por esta carencia del niño. Si no quería hablar, hay otras muchas maneras de comunicarse. ¡Nosotros ya lo estábamos haciendo hacía tiempo!

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Pasaron los meses, y cada día que tocaba me llevaba las dos zanahorias, ni una más ni una menos.

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Sus visitas eran cada vez más espaciadas: se hacía mayor. Lo entendí, no podemos retener para siempre a las personas. Todo el mundo tiene que aprender a volar solo, y un día dejó de venir.

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Pero una tarde se acercó un chico a la valla, y me dijo flojito: “¿Cómo estás, Coco?” ¡Era el niño que no hablaba! ¡Madre mía, había crecido! ¡Y hablaba!

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Moví mi grande cabeza arriba y abajo, con miedo por si ya no entendía nuestro lenguaje de signos. Pero me quedé tranquilo cuando me cuchicheó al oído: “Las pocas palabras que digo las he guardado solo para ti, Coco”.

 

Como puedes entender, para mí la amistad puede ser un mundo sin palabras pero nunca carente de sentimientos. Así de sencillo.

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Y podríamos seguir hablando de otras cosas trascendentales como el amor, la risa, la tristeza, la muerte… pero este escrito sería demasiado largo.

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Mejor te dejo que te lo expliquen mis amigos, que también pueden ser los tuyos, si quieres. Son Miura, Daisy, Eros y Artrax.

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Glosario

  • Obviedad: proviene de obvio, que significa una cosa evidente, que se ve por sí sola, que no hace falta ni explicarla.

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  • La vida es bella: película de Roberto Benigni que explica el valor de la vida ante las dificultades, priorizando siempre la parte positiva y optimista.

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  • Carpe Diem: palabra proveniente del latín "Aprovecha el día", se refiere a no dejar pasar nuestro tiempo y disfrutar de la vida dejando a un lado el futuro, que es incierto.

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  • Autismo: es un trastorno que afecta al cerebro. A los niños autistas les puede costar hablar o hacer amistades o los pueden molestar a los ruidos o las luces, entre otros síntomas.

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  • Leer entre líneas: adivinar lo que el autor da a entender sin que lo haya dicho claramente.

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